domingo, 19 de junio de 2016

El escritor y el libro

El día del escritor tiene su marca de almanaque el 13 de junio, y el día nacional del libro, el 15. Junio memorioso para los hacedores de la vida a través de la palabra, y junio también para detenerse en la presencia, el objeto: el hermano libro, el puente entre el escritor y el lector.
Martín Coronado
Mi casa paterna está en la localidad de Martín Coronado, provincia de Buenos Aires. Recibió el nombre de un escritor, el señor Martín Coronado, uno de los padres del teatro nacional, que supo vivir en la zona. Cuando iba caminando con mis padres hacia la casa de mi abuela Eufemia, pasábamos frente a la casa donde había vivido el escritor. Recuerdo que yo me acercaba al alambrado que la rodeaba, y con los dedos corría las hojas de la enredadera que cobijaba, desde el perímetro, la casa. Espiaba la casita pintada de rosa viejo. Sabía ya a edad temprana que allí había vivido un escritor; sabía de pibe que un escritor no era cualquier persona, y que por tanto la casa no era una más. Martín Coronado escribió ahí, pero claro, nada le importó a quien en su momento mandó el pico y la topadora. Después crecí como persona, y como lector, y agregué información: un escritor no es una persona cualquiera, pero tampoco debe ser tomada como una presencia ultraterrena. Los escritores viven sobre la misma tierra que quien no es escritor; el escritor, me digo, debe ser considerado por su oficio, porque es capaz de detenerse y mirar el paisaje, geográfico y humano, y por ser capaz de detenerse para tratar de contar lo entrevisto desde sus sentidos y pensamientos.
Hugo Ditaranto
En el año 2000 tuve la suerte de compartir por primera vez una mesa con el premio Nobel de literatura, el escritor portugués José Saramago (1922-2010). Saramago llegaba al país para presentar su novela “La caverna”. Aquella mañana vi cómo el escritor tomaba entre sus manos un ejemplar de su libro, y recomendaba al grupo, unos diez libreros, que cuidáramos la forma libro, porque dentro había una persona, el autor. Aquella imagen, la secuencia, sus palabras, permanecen inalterables en mi memoria. Recuerdo sus manos acariciando el libro como si se tratara de la mujer amada, pecado y ofrenda, respeto y pasión. Aquella mañana yo tuve a mi lado al autor de “Historia del cerco de Lisboa”, la novela que, no hacía mucho tiempo, me había partido, de un poético hachazo, la cabeza. Por suerte aquella herida de lector jamás cicatrizó, y entonces la sangre pidió más sangre. En mi biblioteca tengo la obra completa de Saramago, y sin embargo, en un acto de control mental y confianza en los días que me quedan, decidí dosificar su lectura para no correr el riesgo de que se me acabe Saramago mientras viva.
Escritores y libros, pienso en el centro temático de la nota, y entonces me gana la felicidad porque, me digo, qué maravillosa suerte de destino que mi vida discurriera en el “mientras tanto” de ese mundo. Una maravilla que mi vida, repartida entre mi Buenos Aires y mi Gualeguay, siga transitando por los mismos senderos. Lectura y pensamiento, encuentro con uno mismo a través de la palabra del otro. El otro, el hermano que además me cuenta su historia, su mirada, su tránsito por esta dura tierra de los hombres.
Gabriel Montergous
Digo que mis lecturas fueron el principal motor para el inicio de mi escritura, y por tanto de mi vida entre escritores y libros. Desde que tengo memoria que el hermano, el amigo libro, me acompaña a través de los días. Aprendí a leer allá lejos y hace tiempo y entonces mi viejo llegaba con los libros. Mi relación con el libro viene desde que me crucé con “Colmillo blanco” y el señor Jack London, desde que supe de “Las aventuras de Tom Sawyer” y el señor Mark Twain. Tendría unos 13 años cuando mi viejo me regaló dos libritos de formato muy pequeño: “El gato negro” de Edgar Allan Poe y “La garra del mono. Antología de cuentos de horror”, que en su interior guardaba “En la cripta” de H. P. Lovecraft; estos dos escritores me llevaron hacia las alturas de la imaginación, del género fantástico; esta fue, sin dudas, una de las primeras heridas recibidas, y sin cicatriz, como la de Saramago. El mundo de lo fantástico, del horror, de los autores clásicos del género, me tuvo como gran entusiasta por años: “Manuscrito encontrado en Zaragoza” de Jan Potocki, “Carmilla” de Sheridan Le Fanu, “El monje”, la novela gótica de Mathew G. Lewis, “Melmoth, el errabundo” de Charles Maturin, “El color que cayó del cielo” de Lovecraft, “Drácula” de Bram Stoker, qué lástima que tantos vieran la película y no leyeran el libro; los cuentos completos de Poe, y su poesía con el inolvidable poema “El cuervo”.
En el bar La Poesía, San Telmo, junto al poeta Rafael Vásquez.
Este fue el paisaje de mi vida en distintos momentos. Y en él, mis maestros: el poeta Hugo Ditaranto, y el novelista Gabriel Montergous. Hace unos días le leía a mi hija Julia de 4 años, los primeros capítulos de “Fernando, un perro de verdad” de Ditaranto, donde cuenta la historia del famoso perro que viviera en Resistencia, Chaco. El poeta dejó el verso, tomó la prosa y le dio la voz al perro para que cuente cómo veía a los humanos. Julia y yo frente al fuego en el hogar; mientras leía pensaba en que la escritura del Tano muy bien había valido el esfuerzo.
Marcos Silber
A la mayoría de los escritores que conocí nunca les regalaron nada, todo hecho con esfuerzo, robando tiempo en los días para detenerse a contar, y hasta pagando la edición de sus propios libros. Nombro a manera de homenaje en estos días, además de los ya citados, a estos amigos: Rubén Derlis, Ignacio Xurxo, Marcos Silber, Rafael Vásquez, José Muchnik, Víctor Pajarito Cuello, Pedro Orgambide, María Neder, Danielle Roger, Leticia Manauta, Mario Paoletti, Leopoldo “Teuco” Castilla, Nira Etchenique, Juan García Gayo, Néstor Groppa, David Birenbaum, Fernando Kofman, David Álvarez Morgade, Eugenio Mandrini.
Mi memoria gualeya de escritores y libros ya tiene, a pesar de que lleva apenas tres años de tránsito, lo suyo. También se funda en lecturas fundamentales, y en presencias angélicas, diría Raúl González Tuñón. Recuerdo desde la primera charla, esa sensación de haberme encontrado en directo con un autor, con todo lo que el título significa: autor con voz propia, autor dueño de una obra sincera. Este fue el caso del encuentro con la obra y la persona de la poeta Tuky Carboni. En la misma senda de la sinceridad, de la búsqueda entre las almas propias de una respuesta, de un mejor camino para lo humano, fue el encuentro con los libros y la persona de Daniel González Rebolledo. Daniel transita la novela, lo hizo o lo hace en el riesgo de la poesía; también tiene obra reconocida en teatro.
María Neder
Otro encuentro con las letras entrerrianas significó conocer la extensa obra poética de Ricardo Maldonado, además editor, titular de Ediciones del Clé, y guitarrero. Lleva palabra y música por su provincia. Hay en Maldonado un profundo compromiso con la palabra y con la historia de su lugar en el mundo. Tuve asombro al tono con la poesía de Juan Manuel Alfaro. No tengo el placer de conocerlo personalmente, pero a través de su poesía exquisita ya lo guardo como amigo. Al igual que Maldonado, un referente de la memoria entrerriana, prueba de ello es su ensayo “El canto entero de Marcelino Román”, una puesta en su justo valor de la obra de este poeta fundamental para las letras argentinas. Trabajando también la memoria desde diversos paisajes está la mirada del escritor y plástico Luis Alberto Salvarezza.
Tuky Carboni
De los buenos fantasmas literarios que viven en esta ciudad de Gualeguay, nombro a Juan Laurentino Ortiz, Carlos Mastronardi, Emma Barrandéguy, y dejo último a Juan José Manauta, el Chacho. En su figura convoco y saludo tantas heridas sin cicatriz en esta feliz vida entre escritores y libros. Llegué a Gualeguay con una antigua lectura de “Las tierras blancas”, y entonces tuve el impulso de volver a la novela, y el reencuentro fue sumamente positivo. Casi al mismo tiempo que me acomodaba como gualeyo, desde el puente caído se tiraban las cenizas del Chacho al río. Escribí una nota, llegó el saludo de Leticia, una de las hijas de Manauta, y de la mano de ella vino un ejemplar con los cuentos completos del padre. Bien, esos cuentos significaron otra feliz herida en mi vida lectora. Se dice Manauta y automático se cita: “Las tierras blancas”; aseguro que entre mis almas aparecen los cuentos, y aparecen los nombres de dos de los derrotados de la tropa jordanista: el mayor Ponciano Alarcón y el sargento Martín Flaco; y aparece un nombre de mujer como “Charito”. La construcción literaria realizada por Manauta es de lo mejor que he leído en esta vida lectora, una obra para ubicar al lado de otros grandes como pueden ser Juan Carlos Onetti o Marguerite Yourcenar. Y pensar que pude llegar a conocerlo personalmente a través de la escritora María Neder, el Chacho estuvo en su refugio de Puerto Almendro, al pie de las sierras de los Comechingones, en Merlo, San Luis, un lugar donde fui habitué, otra vez, y con título de libro (gracias, Hudson): “Allá lejos y hace tiempo”. O hasta me lo habría presentado el amigo Ezequiel, que era quien lo traía a Gualeguay desde Buenos Aires. Hoy disfruto de su mundo a través de Leticia y de Lucía Montero, la compañera del Chacho.
La intención de esta nota fue hablar de escritores y libros, de hacer memoria en este junio tan festivo, tan de periodistas también, entonces también hago extensivo el recuerdo a aquellos; muchos de los nombrados transitaron ambos caminos: escritores/periodistas. Recuerdo entonces como final, con la felicidad que entrega la memoria, que es una victoria siempre, un nombre que a todos represente: Rodolfo Walsh.

1 comentario:

  1. Estimado Edgardo, mi nombre es Guadalupe Maradei. Soy investigadora posdoctoral de la Universidad de Buenos Aires. Me encuentro realizando una investigación en torno a escritores gualeyos. Por lo que he leído de su blog, me doy cuenta de que es un erudito en temas relativos a la cultura de Gualeguay. Por ese motivo, me gustaría hacerle una entrevista, si tuviera tiempo. En caso afirmativo, le agradecería me pase una dirección de correo electrónico para poder contactarlo, contarle más del proyecto y coordinar.
    Un saludo cordial.
    Guadalupe

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