Este
último viernes de septiembre se inauguró una nueva muestra organizada por la
SAAP (Sociedad Argentina de Artistas Plásticos) en el Museo Quirós de nuestra
ciudad/río de Gualeguay. Por muchos motivos es una alegría la nueva presencia
de SAAP. Mi viejo, Rolando Lois, a sus 86 años sigue acompañando a la Sociedad
nacida en 1925 para velar por los derechos de los artistas plásticos. Ya hace
un tiempo, la charla entre Rolando y Néstor Medrano, responsable de Cultura de
Gualeguay, significó el primer paso en un fructífero acercamiento entre el
Museo Quirós y SAAP. Se estrecharon lazos que, por ejemplo, se tradujeron en la
posibilidad de que muestras de plásticos gualeyos y entrerrianos, tengan la
posibilidad de realizarse en la sala de la Sociedad, en pleno centro de la
ciudad de Buenos Aires; y que esa misma posibilidad tengan las muestras
originadas en la gran ciudad con destino de museo gualeyo.
La
muestra inaugurada lleva por título: “Paletas artísticas. Fragmentos de una
colección. Parte 2”. Esta muestra plástica guarda un detalle de suma
originalidad. La propuesta impulsada por SAAP en el inicio de esta historia,
fue la siguiente: se le pidió al plástico que trabajara la obra sobre un
soporte muy especial: la paleta del pintor, una de las herramientas del oficio:
por lo general de madera: el espacio/tiempo donde el artista trabaja sus
colores. Aquel primer movimiento dio origen al proyecto de publicación de un
libro. La SAAP publicó en 2013 el libro: “Paletas artísticas”, y tuve la
posibilidad, una gran alegría, de que la Comisión Directiva me invitara a
escribir un texto de apertura para dicha publicación. Texto que comparto a
continuación:
“La
paleta del pintor: La paleta del pintor como apaisada retorta de madera, lista
para la destilación de la vida. El pintor como alquimista, como nexo sensitivo,
entre aquello que todavía no es, y la esencia de la mirada primera, la que
apenas vislumbra, la que adivina. El mago, en el silencio del taller, lo sabe,
lo presiente. Alguna vez escuchó de boca de un viejo pintor, que el mundo, el
universo todo, fue parido en la humedad florida de una paleta. En el barrio, un
sabihondo de café, le batió al alquimista, al mago, al pintor, que todo,
absolutamente todo, descansa, respira, se hace, y también muere, en el menjunje
primordial que nace y que aguarda: que sueña en los recovecos emocionales de la
paleta del pintor. Mejor se humedece la susodicha paleta cuando el hacedor sabe
de la existencia de lluvias y garúas: porque las lleva en su alma. La primera
lluvia repica adentro, y luego transmigra a la madera donde aguardan los
colores.
La
paleta del pintor puede descansar sobre una mesita, o un banco alto, y puede,
alta en el cielo, habitar el aire del taller al compás de los vientos. El alma
del mago también debe saber del viento. La mano como vela de mástil mayor,
flameante, puro desafío ante el abismo de la luz o la de su ausencia.
Pero
el secreto mayor jugará sus cartas en la habilidad con que la otra mano,
caricia va, caricia viene, sepa del amor sobre la tierra alumbrada. El pincel
será el adelantado, el héroe en el sueño del pintor, será quien comprenda,
quien lleve en su memoria efímera el mensaje de lo imaginado, lo visto por el
mago, el alquimista. El dueño del pincel ha comprendido a través de los años
(porque la pintura, como todo arte, es un compromiso que exige una vida de
trabajo, nunca menos) que el mundo nace con cada día que amanece, con cada
pintura que aguarda sobre la paleta, con cada minuto de esa vida en que un
hombre intenta llamarse artista pintor. Cuando se ve, cuando se sabe de la
existencia de los mundos (los que andan por la sangre, y los que callejean en
veredas y esquinas), cuando se tiene registro de lluvias, garúas y vientos,
mejor se encontrarán los colores del mundo sobre la paleta.
Hace
cincuenta años que sé de la existencia de la paleta de pintor. Imagino a mi
viejo haciendo la presentación poética sin que el bebé que fui entendiera de
qué se trataba. A partir de esa paleta saludo la identidad de esta presencia
hermana en el taller de todos los artistas pintores que intervienen en este
libro.
En
la paleta del pintor bien puede ser hallada la identidad del artista, es en
esta herramienta donde debe quedar visible, explícito, el concepto que llamo
“patrias internas”. Reconocerse en la paleta es un paso necesario en la
historia del oficio de todo trabajador que intenta, luego de una vida a
conciencia, llegar a habitar el territorio del arte. Porque todo es intento, ya
que nunca se sabe quién, entre los tantos que laboran, llegarán a hacer propio
el paisaje deseado. Patrias internas deberíamos tener todos. En definitiva sólo
somos seres humanos con un oficio en el alma. Una patria interna es aquel
territorio de la identidad que no se negocia, que está a la vista, y que
siempre es necesario resguardar de las inclemencias del tiempo. La paleta de mi
viejo, herramienta y sustancia: su pintura, tiene sus patrias internas. Su
paleta de gamas bajas, cuando es el tiempo de pintar al óleo, fue y sigue
siendo compañera de toda mi vida, también lo es la paleta más colorida de sus
paseos por el acrílico. Llevo en mi memoria su imagen sobre la mesita alta,
frente al caballete, frente a los estantes que sostienen el trabajo que mi
padre alumbró durante toda su vida. Su universo íntimo, su concepción del
mundo, su ideología: sus patrias internas, la vida toda destilándose en la
retorta apaisada de madera que reconozco desde el comienzo de mis días. Cada
artista plástico tendrá sus testigos para su arte, y para la herramienta de
fundar, su paleta. Pueden cambiar los ámbitos, las disposiciones, porque los
tiempos y gustos en la búsqueda de la creación son privados, íntimos,
intransferibles. Pero siempre habrá alguien que vio, que puede dar prueba, que
de ese paisaje apoyado sobre la mesita de patas flacas salió el paisaje que
ahora sostiene el caballete. Y que frente a ellos, de pie, contemplaba el
pintor, el mago, el alquimista.
Hay
en este libro una propuesta distinta para el trabajo del pintor. Una propuesta
que encuentra su justificación en la vereda del homenaje agradecido: un acto de
poético reconocimiento, o de puesta en valor poético de la llanura amiga donde
se juegan las cartas posibles de la creación. Este libro de la SAAP funda su
esencia en la concesión que pide al artista. En voz baja, en un tono de charla intimista,
los hacedores del libro, mientras adivinan colores sobre una mesa de café en
Buenos Aires, hacen su pedido: ‘Mirá, hermano, esta vuelta, el cuadro, y todo
tu chamuyo de colores, dejalo ahí, no lo muevas, que ‘sea’, que ‘haga esquina’
sobre tu paleta de pintor: la herramienta de fundar’.
Como
es de esperar, sangre adentro de cada pintor, de cada mago, de cada alquimista,
sucederán lluvias, garúas y vientos”.
Entre
las casi 70 paletas artísticas expuestas, se encuentran las de: Brachetti, Omar;
Caldara, Ana; Canteli, Helio; Cañás, Carlos; Cárdenas, Ponciano; Chiaravalle, Daniel;
Costanzo, Salvador; Crespo, Maximiliano; Dinzelbacher, Hugo; Fioravanti, César;
Gaeta, Pedro; Gagliardi, Helios; Galluzzi, Natalio; García Cuerva, Zulma;
Gualdoni, Eduardo; Kuperman, Basia; Lois, Rolando; Medrano, Néstor; Merellano,
Isabel; Monferrán, Eugenio; Núñez Villalba, Cristina; Pagani, Ana; Pagano,
Norberto; Poggi, Pina; Puebla, Adriano; Ramos, Pastor; Scannapieco, Carlos;
Tarsia, Ana; Tessarolo, Carlos; Zucconi, Alejandra.
“Fragmentos
de una colección. Parte 2” es una exposición original, distinta. Entonces en
esta escritura aparece el recuerdo de una charla en el taller del
grabador/plástico Juan José Cartasso (1925-2017): amigo de mi padre y mío,
fallecido hace un puñado de meses. El recuerdo pidió permiso desde la memoria y
se instaló en presente desde que supe de esta muestra de SAAP en Gualeguay. Una
tarde de abril de 2009, terminé pidiéndole a Cartasso una paleta. Las vi en un
rincón del taller. Hice la observación, y él me contó que utilizaba una paleta
por cuadro. Recortes de madera fina de distintas medidas. Cada una de ellas:
una galería de color y texturas, un mapa del tesoro; en ella la intención de un
cuadro, de una historia; colores estirados, aplanados por el paso del pincel, y
colores que semejan montañas terminadas en una pincelada con ganas de llegar al
cielo del taller. Una comunidad de colores y formas, un maravilloso caos
fundacional dentro de una tablita de 40x20 cm. La paleta de la que hablo, y que
mientras esto escribo, está a mi lado, sobre uno de los estantes de la
biblioteca, fue el obsequio que Juan José Cartasso me hizo unos días después de
aquella tarde. La dedicó en su reverso. No volví a verlo desde que ensayo mi
ciudadanía gualeya. Por años me llamó por teléfono, para festejar las notas que
yo publicaba en el diario “Tiempo Argentino”. Siempre me alentaba a seguir
trabajando, tenía la fuerza de un pibe, y ya tenía más de 90. Un apasionado.
Recuerdo la vez que lo entrevisté para el periódico “Desde Boedo”, en 2008; me
contó que en 1959 había ganado el tercer premio de dibujo en el Concurso
Internacional de Leipzig, Alemania; en una carpeta guardaba una copia de su
obra junto a una copia de la obra que se llevó el primer premio, ¿quién había
sido el artista ganador?, un tal Pablo Picasso. El dibujo de Cartasso era mejor.
Paleta de Cartasso |
Entonces
aquí me encuentro, festejando una exposición plástica sobre original soporte, y
al mismo tiempo contando del día en que pedí una paleta de pintor porque
decididamente me llegaba como arte. Un arte, la paleta de Cartasso, que
acompañó, muy cerca de la cuna, los primeros sueños de mi hija Julia, la misma
que hoy afirma que ya es pintora. No me canso de anotar las bondades que puede
obsequiar la cercanía del arte. Es una lástima perder oportunidades de mirar,
de ver, y de escuchar a los hombres que eligieron vivir esta única vida en la
sustancia de este camino, de esta labor, que quizá los lleve hasta la especie
esquiva del arte. Nadie tiene asegurado el resultado; eso sí, para el que
gusta, siempre hay una paleta esperando, una herramienta plena de colores, que puede
ayudar, y mucho, a transitar los días.
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