El egregio poeta Carlos Mastronardi era
amigo de Elsa Serur, poeta y escritora, y Eise Osman, pensador, poeta,
escritor, y destacado cultor de la fina herramienta llamada aforismo. Los Osman
también eran amigos de la novia “eterna” de Mastronardi: Eduarda Beracochea.
Ellos vivían en Haedo, y Eduardita tenía especial interés en regresar a
Gualeguay. Los Osman tenían preparada la vieja casona de calle Belgrano y
Mitre, pero solo la ocupaban los fines de semana. Sus actividades aún se
desarrollaban en Mansilla. Entonces el gesto: le ofrecieron vivir en la casa a
Eduardita y Mastronardi. Todo dispuesto, pero Eduardita falleció en la
siguiente nochebuena. Solo el egregio poeta terminaría viviendo en la casona. Y
la muerte de la “eterna” novia lo afectó mucho. Viviría en la recobrada
Gualeguay poco más de un año, desde principios del 75 hasta el otoño del 76.
Durante ese lapso, los Osman ya estaban instalados en su casa.
Carlos Mastronardi |
En la vieja casona de calle Belgrano
ocupo mi lugar para primero escuchar a Elsa y Eise, y para luego charlar un
rato. Eise siempre me dice: “Vení cuando quieras, esta es tu casa”. Y tanto lo
agradezco. Compartir momentos en la casa de los Osman es parte de la
resistencia a la bulla, es una renovada toma de conciencia sobre el paisaje y
la criatura.
Pregunto por Mastronardi en la casa.
Cuenta Eise de aquella amistad fundada en la noche de Buenos Aires, en el mítico
café Tortoni y en boliches otros: “Él vivía atrás, en una pieza, ahí también
vivió Manauta, con quien también tuve amistad. Mastronardi tenía una relación
profunda conmigo, era muy respetuoso. Y discutíamos mucho sobre el espacio y el
tiempo. Yo le decía que el ‘instante’ no existe, porque sería una porción de
tiempo sacada del devenir, y este no tiene ‘instante’; lo que nosotros llamamos
‘instante’ es una especie de abstracción que hacemos de esa continuidad del
tiempo, por lo tanto eso habla de que no hay una parcelación, eso es un invento
nuestro; partimos de cosas que no existen, no hay forma de detener el tiempo. Una
vez me mandó una carta dándome la razón. Hablábamos de cuestiones filosóficas
hasta las 4 de la mañana. Hubo un intercambio muy intenso de pensamientos; por
él conocí a Borges, con quien tuve una charla muy profunda. Mastronardi aceptaba
lo que vos elaborabas con profundidad porque, si los niveles no se acortan, la
comunicación es inútil, y habíamos acortado los niveles entre los dos: él bebía
en lo que yo decía, y yo en lo que decía él, un intercambio de relación
filosófica en profundidad. Era un tipo muy formado, y no podías andarle con
chiquitas. Nos caímos bien. Fue un encuentro beneficioso para los dos. Él
acopió algunas cosas mías y yo acopié muchas de él. Un intercambio cultural muy
intenso”.
Eise Osman |
Eise relata y a la vez desarrolla ideas:
“Compartíamos la mirada sobre el mundo, pero él me decía: ‘Tomé, le doy un
revólver y mátese, usted no cree en nada’, y yo le decía que no creo porque en
general sabemos poco; él también era escéptico, pero era un escepticismo
tolerado. Si vos te empezás a hacer preguntas, y empezás a filtrar lo que uno
dice, hace y piensa, te das cuenta de que estás manoteando en la nada. Hay que
ser soberbio para creer que uno tiene la verdad. ‘El mundo es una sombra y el
hombre es el lector de las penumbras’, escribí. Denme un punto de apoyo y
moveré el mundo, y no hay ninguno. Eso te hace escéptico. La vida es una
continua pregunta. Soy escéptico, sí, pero más que nada del ser humano, porque
las relaciones profundas del ser humano dejan a veces mucho qué desear; salvo
los menos, que han profundizado la vida y han proyectado esa profundización a
través de su conducta, porque profundizar la vida es comprenderla, es acercarla
a cierta humanidad. La comprensión desnuda tu humanidad. A veces las relaciones
no son humanas, son antihumanas. Mastronardi no era de discutir por discutir,
escuchaba y veía lo que vos decías”.
Mastronardi y sus maneras: “Tenía
carácter fuerte y no toleraba una estupidez. Un tipo de una gran sensibilidad.
Una de esas personas que si vos la comprendés, llegás a disfrutar una charla
profunda, pero sin muletas, hablando a calzón quitado. Él tenía una profundidad
que Borges mismo admiraba. Pero Borges estaba más alienado de la realidad
cotidiana que Mastronardi”. Elsa comenta que ciertas posturas de Mastronardi
eran debidas a su ego. Eise continúa: “Tenía un sentido generado a partir de
vivir una vida muy romántica; él no había tenido experiencias duras en la vida,
y si tenés esas experiencias, con inteligencia, sabés profundizarlas, y al
hacerlo profundizás tu humanidad, luego profundizás la comprensión de la gente
y del mundo”. Me sorprende que el autor de “Memorias de un provinciano” usara
el conocimiento aromado con cierto aire de superioridad. De hecho, estaba, en
directo, escuchando a un pensador respetuoso, accesible, humano. Planteo mi
mirada. Eise afirma: “Yo tendré mil defectos, pero nunca en mi vida he
humillado a nadie, ni he rebajado a nadie; considero que el ser humano debe
tener comprensión para que todos tengan comprensión con uno. Es recíproco, si
vos respetás al otro, lo único que le queda es respetarte. Cuando uno ha venido
de abajo, ha acumulado sufrimientos, elaboraciones y luchas, que te hacen más
completo en el mundo. Uno no es ajeno, uno pertenece a todo. Mastronardi,
cuando venía gente que no estaba a nivel, empezaba a jugar con temas, para ver
si la gente entraba en una discusión; si no había respuesta hablaba de manera
irónica. A nosotros al principio nos tanteó, hasta que se dio cuenta de que
habíamos leído mucho”. El conocimiento era una de las maneras de abrir la
puerta de admisión en el poeta.
Y el conocimiento y sus alrededores
llamó la palabra de un Eise profundo y escéptico: “La realidad que vivimos es
alienante, y es tan alienante que a veces hacemos una relación de tiempo,
espacio y conceptos que están equivocados, pero que sirven para poder suplir
nuestra falta de comprensión del universo. Saber todo, no sabemos; ¿ignoramos
todo?, sí. Ahí comienza la duda, y de la duda se va a la búsqueda, que a veces
te deja un sabor amargo. Te das cuenta de que las relaciones humanas,
temporales, efímeras a veces, profundas otras, son un carrousel donde uno va
dejando parte de la vida tratando de comprender parte de lo que somos. Es
decir, estamos alienados, por lo tanto de la comprensión profunda del mundo
estamos ajenos, y ese sistema nos hace vivir ajenos a nuestras profundas
intenciones. Hay una especie de vacío existencial donde uno, si profundiza, se
da cuenta que ese vacío es insalvable. Tratamos de conectar esas relaciones
humanas poco transparentes, es como andar la vida con bastones, y tenemos más
bastones que convicciones. Decía Antonio Machado: ‘El hombre es por natura la
bestia paradójica, un animal absurdo que necesita lógica’, y cuando esto se
comprende, que no hay ningún punto de apoyo para el mundo, nos damos cuenta de que
somos un niño desamparado que no puede profundizar en el conocimiento de la
vida. Hay como un alejamiento, a través de las relaciones humanas, de las
profundidades de la vida. Vivimos en una elucubración mental donde tratamos de
interpretar una cosa existencial que se nos esconde. El conocimiento es saber
que somos desconocidos de todas las cosas profundas de la vida”.
Otra vuelta de tuerca: “Mi pensamiento
no es filosófico, sino una interpretación filosófica de la vida. La filosofía
sirve para conocer un razonamiento, pero no quiere decir que ese razonamiento
sea lógico; es lógico dentro de la estructura humana, pero cuando vos profundizás,
esos pensamientos son personales y están en comunicación con el mundo, son su representación.
Es un conocimiento que trata de interpretar el mundo, pero nunca llegamos a
hacerlo porque hay cosas que escapan a la racionalidad. El hombre vive en un
mundo donde la mayoría son preguntas. Buscamos la coherencia, pero lo es dentro
de un discurso, no dentro de la realidad. Uno anda por el mundo balbuceando
tras una coherencia que nos es ajena”.
Y en todo este paisaje, el hombre: “El
hombre cambia continuamente porque es un ser cambiante; hoy es de una manera,
el que me suceda será diferente. El hombre es una variable continua de la
interpretación del mundo, porque el mundo es indescifrable. Si el mundo fuera
descifrable no habría variación en la conducta del hombre. Esta vida que
vivimos no es coherente, es de alienación, estamos alienados de la verdad; se
tiene la soberbia en un círculo de conocimiento, una verdad minúscula que se
disuelve en el mundo entero”.
Pienso que siempre, cada hombre, único,
irrepetible, hace lo que puede. Hacemos lo que podemos como los “lectores de
penumbras” que somos. Cada vez que charlo con Eise Osman me queda claro el
paisaje de encrucijada que se abre a cada paso; una historia plena de
misterios, cuál el desafío mayor cuando el ser humano, y pienso en este
presente, el ser humano como parte de la sociedad de la cáscara que nos cobija,
o mejor, que nos enreda para que poco se piense, para que menos se sepa, para
que casi nadie se pregunte (por más que ante nosotros el abismo sea insondable).
Y pienso que ahí quizá se encuentre nuestro extra, nuestro seguro, como
especie, señalo como extra: el intento, la perseverancia de unos pocos vigías y
pensadores haciendo escuela, la que trata de descorchar las preguntas aparecidas
en cada noche. Tengo suerte, me digo, porque hace tiempo que me pregunto y
trato de entender historias y libros, aciertos y errores, memorias y miserias
del ser humano; y me digo, tengo suerte además de poder asistir a clase cada
vez que tomo asiento en la vieja casona de calle Belgrano, donde me reciben mis
amigos Eise Osman, Elsa Serur, y también el buen fantasma de Carlos Mastronardi,
que me tantea para saber a qué altura de los enigmas me encuentro. Con aroma de
superioridad y cariño disimulado -lo sabe Elsa: en su libro “Diálogos con
Carlos Mastronardi” da fe de los regresos del poeta a la casona-, me mira. Yo
aviso que nada más estoy pidiendo permiso para poder escuchar a los que saben raspar
lecturas, en profundidad, sobre las penumbras. Le digo al buen fantasma del
egregio poeta que simplemente disfruto contando historias, ideas y lugares.
Excelente, como siempre, Edgardo.
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