Llegaba una tormenta a la ciudad/río de
Gualeguay (obvio, dentro de la abismal gran tormenta gran de estos años) en el
final de la tarde. Fue el tiempo de entrar en contacto con la palabra y la esencia
humana del músico Rául Ponce. Siempre lo señalo: suertes mías las que dicen de
la felicidad de haber escuchado, charlado, con ciertas personas que simplemente
cuentan sus maneras, su encuentro con una identidad acuñada para toda la vida.
Es el caso de Raúl Ponce, que fue trabajador rural, operador de radio,
carpintero, maestro, y mientras fue tantos era siempre uno: Raúl Ponce, músico,
desde que tiene memoria. Raúl es hombre tranquilo, habla pausado, amigo de los
silencios, piensa, busca las palabras, hace memoria entre mate y mate. Ponce
está a salvo de cualquier desbarranque del ego. Cada vez que lo vi sobre un
escenario, pidió permiso con su andar y agradeció la oportunidad. Un hombre de
perfil bajo que se mueve a conciencia, lejano a conveniencias, fiel a sí mismo.
Aquí algunas notas de su memoria.
Los primeros movimientos: “Nacido (1961)
y malcriado en Gualeguay. Me crié en la ciudad hasta los 14/15 años, después me
mudé a una zona de chacras -con lugares donde aún había monte- con mi hermana;
nos apartamos del vínculo con nuestros padres. Yo era un muchacho de ciudad, el
cambio fue terrible. Tuve un período de adaptación que me gustó y fui
aprendiendo muchas tareas rurales. Ya en esa época había entrado a la familia,
como mi cuñado, el payador Adolfo Cosso. Fue, cuando tenía unos 10 años, el que
me pasó los primeros acordes para la guitarra. Mi pasión por la guitarra venía
de muy chiquito. Me contaron que cuando tenía 4 andaba con un guitarra de mi
papá, que era medio guitarrero. Conocer a Adolfo me maravilló. Me transmitió
los conocimientos básicos para poder tocar. En la ciudad había tenido un
maestro durante 2 años, don Julio Madera; mi entusiasmo era tal que lo tenía a
mal llevar; y por cuenta propia dejé de ir porque me aburría. Todo lo que
escuchaba trataba de copiarlo, de sacarlo. Con el tiempo me entusiasmó la gente
que venía a visitar a Adolfo: payadores, guitarreros; ahí conocí, siendo él
también muy joven, a Hugo Duraczek, un virtuoso de la guitarra. Tenemos una
gran amistad. Yo copiaba mucho de él, y con el tiempo fui encausándome y tratando
de no imitar. Cuando Hugo se fue a vivir al sur, lo extrañé un montonazo”.
Aquellos que andan con la intención de
entrarle al mundo del arte de la mano de uno de los bellos oficios, guardan
fotos en la memoria. Raúl guarda tres: “Me contaban que yo era muy chico
cuando, con una guitarra de mi padre, me arrodillaba en la cama y tocaba; yo no
lo recuerdo, pero sí recuerdo a mi padre haciendo un par de acordes. Recuerdo
la costumbre de escuchar mucha radio en mi casa: desde aquella época sonaba ‘Estrellita
sureña’ de Víctor Velásquez, Yupanqui, Falú, a principios de los 70. Y recuerdo
que llegado Hugo a la familia, por amistad, lo veía como a un ídolo; su
presencia fue muy fuerte, y hacía cosas de Falú y Yupanqui. Estas tres cosas
tengo grabadas como a fuego”.
Un hombre y su definición, y el recuerdo
de un momento de necesarias decisiones: “Después de haber andado 20/25 años
junto a Cosso -hacíamos yunta: él payador, yo un cantor joven, guitarrero-,
cuando vuelvo a la ciudad, mi cabeza estaba buscando otra cosa, en lo musical y
en lo económico. Me costó mucho hacerme un lugar entre los músicos. Porque
siempre me asociaron a la figura de Adolfo. Nunca me sentí el segundo, porque él
siempre me dio el espacio, mi presencia. No hubo pelea, ni nada parecido, fue
la búsqueda de mi camino. Y nos costó a los dos; nos seguíamos viendo, pero ya
no compartíamos mesas y vivencias. Y me costó tiempo ‘ser’ en el ambiente. Soy
un ser humano como cualquier otro, con defectos y algunas virtudes; una persona
que lo único que espera es tranquilidad, aunque esté atada a otras cosas del
afuera, y amistad, que es bregar por el amor. Soy un hombre tranquilo que tiene
en la música y la guitarra su pasión, que va prendida, aprehendida, a mí. La
guitarra me pone alegre, me saca de situaciones en las que hay que sobrellevar
cosas; los viejos guitarreros hablan de la fiel compañera”.
Ponce hace una consideración contando una
historia. Deja nombres de lado. Dice que hubo un grupo de fama entre el público
que se interesó por las letras de Cosso, que tenía sus textos y que cada tanto
agregaba alguno. Duraczek, Mondragón y Ponce musicalizaban obras que entregaba
Cosso. El grupo conocido grabó algunos temas para el circuito comercial. Pero a
Cosso no le gustaba mucho. Dice Ponce: “Pedían escritura sencilla y música al
tono para que entre más fácil en la cabeza de la gente, por decirlo de manera
liviana”. Ante la falta de la respuesta requerida, los compositores fueron descartados.
Dice Ponce: “Son muy bichos para elegir los pedacitos que más pegan, y lo
venden”. Agrega: “Y en esos años la situación económica no era buena, mitad de
los 80; Cosso por ahí vio una posibilidad, y cobró algún dinero en SADAIC, pero
terminó con el asunto”.
Cambio figuración por momentos felices:
“Yo no soy socio de SADAIC, debo tener un carnet de intérprete vencido; nunca
me interesó. Sé que hay música mía que ha tenido buena difusión, y eso me
sirvió, para el rodaje, para ser un personaje más o menos conocido en la
provincia y un poquito más allá. Lo que sí me da satisfacción son otras cosas
más sencillas. En Gualeguaychú, hace algunos años, había un señor Scola que
trabajaba en Radio Nacional de esa ciudad. En medio de la semana pasaba música,
pero especialmente los sábados había recitales en vivo, y uno de los sábados
del mes lo hacía en el teatro, con transmisión en vivo, y en cadena a todo el
país. Fui invitado varias veces. El teatro no cobraba entrada, se llenaba, y
tampoco cobraban los músicos; los de acá hacíamos una vaquita para la nafta o íbamos
en micro. Años 90 y algo. Otro de los músicos amigos era Héctor Ahibe, el
Turco, que siempre me decía: ‘Tenemos que ir a Cosquín. Pero a conocer el
Festival’. Le decía: ‘Sí, estaría lindo’, y así pasaba el tiempo. Hasta que un
día me dice: ‘Mirá que la semana que viene vamos a Cosquín’. Ahí marchamos,
eran los 50 años del Festival. Y tuvimos la suerte de actuar en algunas peñas,
que se hacen de día y de noche. Yo abría cantando un par de temas, dos el
Turco, y uno a dúo de despedida. Hice una huella de Carlos López Terro, un
payador uruguayo, que yo tenía como caballito de batalla. Después de la
actuación aparece un señor, ya no recuerdo su nombre, y respetuosamente me
saluda y me dice: ‘Yo soy de Santa Cruz, vengo todos los años a Cosquín, y ando
por otros festivales, me encanta el ambiente festivalero, y usted sabe que esa
huella que cantó se la escuché por Radio Nacional hace muchos años, lo escuché
desde allá, por eso vengo a saludarlo, recuerdo que fue usted en el programa de
los sábados a la noche’. Esos son lindos recuerdos, qué importante el medio por
el que se pueda llegar a la gente, y que al menos uno se encuentre -los dos
fuera de su medio- y nos encontremos en otra provincia. Eso es lo lindo, la
comunión que se da entre la gente, y que por ahí expresa y deja algo en el
tiempo. Eso me emociona mucho más -y lo recuerdo con mucho cariño, y soy un
agradecido de la música y de la vida- a que me entreguen un premio. Nunca hice
chapa por alguna distinción, son circunstancias de la vida por haber hecho algo;
está bien, pero armar, a partir de eso, un circo, jamás, no me mueve para nada”.
Una manera de ser, siempre trató de
hacer la suya “Dentro de la música o el arte en general, la plástica, el
trabajo artesanal: incursioné en el trabajo en madera, fui carpintero; antes me
recibí en Artes Visuales, tengo el título de maestro, di clases, pero la
docencia no me conformaba, no era para mí, algo que me hubiese convenido, quizá
hoy estaría jubilado, con algo seguro, pero traté de hacer lo que me gustaba, y
me di la cabeza contra el suelo, eran más las perdidas que las ganadas”.
Parte de su receta en la música: “Tengo
un repertorio particular, no me gusta estar haciendo canciones que estén haciendo
otros. Mis canciones, las que llegan al público, primero las he sufrido, me han
emocionado, me han hecho llorar, hasta que supero todo eso y puedo empezar a
trabajar para poder cantar sin quebrarme. Hay canciones que todavía no pude
armar. Cuando expreso y largo es algo muy mío, momentos que vivo yo solo. No es
que las canciones me dejen de emocionar, pero después es de todos, la hice para
todos”.
Otra manera de hacer música: “Hace años
que nos conocemos con Mario Moreno, luthier y pediatra. Me invitaba a ir a su
taller y yo le decía: ‘Ya voy a llegar’. Cuando fue el tiempo, llegué. Siempre
tuve la idea de hacerme una guitarra con mis manos. Logré hacerla, me ayudó mi
conocimiento de carpintería. Es algo lindo, me reconforta, y estas pequeñas
cositas son las que me hacen seguir adelante, sin ambicionar más nada, no me
voy a poner a fabricar guitarras. Y tiene además de bueno el aporte de uno
cuando se habla de Gualeguay como Capital de la Cultura de la provincia: poetas
y pintores nacidos acá, y sus luthiers reconocidos a nivel nacional e
internacional: Ángel Nigro, Dorrego, Tito Vescina. Mario aprendió muchas cosas
de Tito. Mario toca muy bien la guitarra, pero Nigro era sordo, Dorrego no
sabía, y Tito sabía un par de acordes. Mario es una persona abierta y generosa
con sus conocimientos. También está Julio Acosta, otro gran amigo, participa de
las clases que da Mario los viernes: ‘Los gorriones de la tarde’ los llamó Cary
Pico; nos juntamos ahí para estar dos horas entre las maderas y sus perfumes,
ayudándonos, construyendo. Están también los hermanos Serra, Oscar González. Es
importante que un músico haga su propio instrumento, y con la importancia que
ha tomado la luthería gualeya, es una carta de presentación”.
Ponce acompañó músicos: a Mariela Campodonico,
con quien grabó un disco; fue parte de Entre Ríos 5 (1999 al 2000 y pico), acompañó
a Carlos Bettarel, Juan Carlos Mondragón, Julio López, y varios más. Agrega: “En
lo personal, algún día voy a grabar mi disco. En un momento no era mi mayor
preocupación, me alcanzaba con tocar, no era mi ambición. Después me empezó a
picar el bichito para que quede un registro discográfico que diga que alguna
vez existió un tal Raúl Ponce. Me interesa un trabajo compartido con amigos,
con gente íntima, pero hoy lo económico pone el límite”.
Se le nota la felicidad por haber
formado parte de las charlas de origen del movimiento de Costa a Costa, todo un
logro de jóvenes músicos. Una manera de contribuir con su experiencia, esas
maneras que lo ubican lejos del “Estar lleno de nada” tan presente en nuestra sociedad
de la cáscara.
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